¿Qué nos preocupa de los adolescentes? Sus amigos, su comportamiento sexual, su desempeño académico, sus comportamientos de riesgo, su actitud desafiante, su desobediencia.
La gran mayoría de los asuntos importantes de la crianza, y de la vida misma, terminan orientados a dos grandes temas: el comportamiento moral y la autonomía. Todo intento de orientación o de enseñanza que no esté claramente vinculado a estos dos temas siempre será discutible.
Fortalecer la autonomía, a mi parecer, es el fin último de la educación, del trabajo, de la salud; es incluso finalidad misma del comportamiento prosocial y del respeto por las normas sociales. Un ser humano que desarrolla sus habilidades académicas y laborales, que tiene relaciones positivas con su entorno y que goce de buena salud es un ser humano con mayor margen de autonomía. El resto de asuntos –si el adolescente tiene liderazgo, si es extrovertido, si es sensible, si es homosexual, si tiene tatuajes, si va al culto religioso, si es el mejor de la clase, todos esto y más- son temas que tradicionalmente se asociaban con problemas de comportamiento, pero que realmente representan formas de expresión y búsqueda de identidad.
Lo menos conveniente que podemos ofrecerles a los adolescentes “difíciles” son las respuestas extremas: rigidez para “frenar al hijo que se está saliendo de las manos”, propiciando fuertes castigos físicos, restringiendo permanentemente su vida social o los expulsándolos de la casa. O, en el otro extremo, idealizar el espíritu libre y revolucionario de los adolescentes, procurando generar el mínimo de exigencia y no permitirles experimentar la frustración del castigo, del “no”, y del esfuerzo. Entre ambos extremos hay muchas posibilidades que permiten acompañar el tránsito por la adolescencia de los hijos con mayor tacto. Serán indispensables la empatía, las respuestas razonadas (con un objetivo claro y previendo consecuencias) y bien informadas, la confianza, el diálogo y la firmeza.
No dejarse llevar por el temor a las reacciones emocionales del adolescente, ni por la rabia que este nos genera.
El propósito de la crianza es finalmente promover la autonomía y las buenas relaciones, con expectativas razonables y con búsqueda permanente de posibilidades de acercamiento genuino, respetando y comprendiendo la particularidad de los hijos, reconociendo en cada momento el límite que debe establecerse y la exigencia necesaria para fortalecer su sentido de responsabilidad, la adaptación y el bienestar. Es una labor sin manuales, sin rutas prestablecidas y de aprendizaje diario.
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