Que el motivo de consulta psicológica más común en nuestro tiempo sea el desamor, o los problemas de pareja en general, nos presenta de entrada un dato aterrador: que el amor romántico (principalmente este, y a diferencia de otros tipos de amor vincular) genera dolor y angustia, y no es aquello que los cuentos, las películas, la religión, las tradiciones familiares y culturales nos enseñaron desde que nacimos.
Crecimos pensando que el amor debe ser incondicional, centrado en el bienestar y la felicidad del otro, o que hay un amor verdadero que en sí mismo es sinónimo de felicidad. Con esta expectativa transitamos las distintas etapas de la vida, depositando en la esperanza del amor eterno gran parte de nuestra energía vital y esperando que esto nos llene la vida de sentido.
Cómo ya deben imaginarse, no es tampoco esta una apología al escepticismo en este tema espinoso. Y no lo es (una invitación a desconfiar en el amor) porque el problema no es el amor romántico en sí mismo, sino el modo en que lo concebimos: idealizado, perfecto, incondicional, eterno, que fusiona a dos seres. El amor romántico en sí mismo, entendido como experiencia consensuada de compartir con otro (u otros) afecto, experiencias, proyectos, interacciones sexuales y compromisos, tiene un gran potencial de general bienestar y sensaciones positivas en los seres humanos, siempre y cuando se parta de la idea de que el otro tiene sus propios intereses, sus expectativas, sus asuntos privados y su red de apoyo, sin ánimos de fusión y de incondicionalidad. Para esto es importante que la etapa del enamoramiento (la etapa inicial de idealización) no nos haga subir al tren que va al sitio que no queremos, del cual nos enteramos cuando es muy difícil echar para atrás.
El amor sano es condicionado al buen trato, al respecto y al cumplimiento de compromisos.
Es un amor que debe permitir sentir placer, compañía y apoyo, pero que no debe derivarse en expectativa de pertenencia exclusiva, de unificación forzada de criterios y expectativas. Entenderlo, aunque cueste malas experiencias y confrontación ideológica con aquello que siempre creímos, permite pasar de sufrir por lo que no se recibe, aun siendo poco, a disfrutar de aquello que el otro pueda ofrecerme, ese otro que no tiene obligación de ofrecerme nada porque es un ser humano libre y autónomo.
Si no es posible replantear en una pareja el tipo de amor y compromiso desde sus bases, y no replanteamos también nuestras expectativas vitales con respecto al amor romántico en un proceso personal que nos permita reducir el margen de dependencia (una dependencia que muchas veces pasa desapercibida hasta que la relación amorosa tiene problemas o se termina), seguiremos experimentando la confusa sensación de tenerlo todo y no tener nada.
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